Cuando, cansado y hastiado del
trabajo del día, premió a su cuerpo con un movimiento lento y premeditado que
le llevó a hundirse en el sillón de piel marrón, su corazón le devolvió el
detalle con un riego extra que le recorrió piernas y brazos, y su cerebro,
temeroso tal vez de perder puntos en la escala de afectos y preocupaciones,
envió tres o cuatro órdenes totalmente gratis. Cerró los ojos, se los frotó
hasta el umbral del placer-dolor y tosió a propósito produciendo, más que un
sonido, una acusación indignada con sabor a nicotina.
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