El camarero depositó el vaso
delante del hombre del traje gris y retiró el vaso vacío. El hielo no se había
deshecho aún y al levantarlo produjo un tintineo nostálgico.
—Disfrútalo, Hawk —le dijo—.
Se me ha acabado la última botella y el repartidor no viene hasta mañana por la
tarde.
El hombre del traje gris levantó
el vaso contra uno de los focos que iluminaban la barra, saboreó el color del
whisky, y de un golpe se tragó su contenido, sin esperar a que el hielo hiciera
su efecto. Mientras, en la calle, la noche ya era cerrada y la pared de cristal
que protegía las melancolías internas de la angustia exterior dejaba ver una
acera vacía.
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