Los grandes espacios le
fascinaban y le dejaban sin habla. Y no era para menos. Tenía ante sí una
extensión de agua que se extendía bajo sus pies y más allá, durante kilómetros.
La estrecha carretera de servicio que atravesaba la presa era como una tímida
raya hecha con un bolígrafo a punto de acabar la tinta. Hacia el norte, el
pantano extendía un espejo azul grisáceo donde, cuando el viento lo permitía y
los movimientos del agua se apaciguaban, las nubes recortaban imágenes, formas
y suspiros.
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