Aquellas visitas se le hacían
cada vez más interminables. Pero, evidentemente, no podía renunciar a ellas.
Eran parte de su cometido y ayudaban a mantener la cohesión social en el reino
aunque, personalmente, le suponían un desgaste físico y emocional que los años
no hacían más que incrementar. Además solían ser todas el mismo día con lo que,
al final de la jornada, acababa cansada y preguntándose de manera egoísta si la
felicidad del reino podía compensarla de su dolor de artritis.
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