Últimamente, el brazo derecho le abandonaba a medio
espectáculo. Al cabo de un rato en el escenario, empezaba a sentir un hormigueo
desagradable que poco a poco se iba transformando en un dolor intenso que le
atravesaba el brazo desde el pulgar hasta el hombro. Al final, el brazo se rendía
totalmente. Entonces Harper improvisaba una mueca teatral y comenzaba a
utilizar el otro brazo, como queriendo controlar a Baxter, su travieso e
impredecible muñeco. Cuando terminaba la actuación, se retiraba a cualquier
sala que hacía de camerino improvisado y depositaba a Baxter en una silla, con
cuidado de no estropear las facciones de su cara. Después se lavaba el brazo
con agua fría y le daba un sorbo a su botella de whisky barato. «Frío para la
carne y calor para el espíritu», se decía siempre.
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