El piloto rojo de la gasolina hacía un buen rato que gritaba
en la oscuridad. Se mantenía encendido en espera de tiempos mejores mientras la
aguja que le acompañaba se dejaba atraer por el lado vacío del indicador. Tomás
necesitaba desesperadamente una gasolinera o se quedaría tirado en cuestión de
minutos. La ruta ya no le era familiar porque había abandonado la región cuando
era joven. Su decisión de volver a pasar por la antigua carretera que
atravesaba el pueblo, en lugar de tomar el desvío, confirmaba una inclinación
al decaimiento casi tan pronunciada como la de la aguja del indicador. Nadie le
esperaba en su casa, y mucho menos en Río Piedras. Por eso decidió entrar en el
pueblo con la esperanza de encontrar una gasolinera.
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